Cultura

TORIBIO DE BENAVENTE, «MOTOLINÍA» (-1565)

domenica 14 maggio 2006.
 

DIRECTORIO FRANCISCANO ENCICLOPEDIA FRANCISCANA

TORIBIO DE BENAVENTE, «MOTOLINÍA» (-1565)

por Ramón Ezquerra

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El franciscano fray Toribio de Benavente, conocido también como «Motolinía» por su vida sencilla y pobre, nació en Benavente (Zamora, España) a finales del siglo XV, y murió en México, después de haber desarrollado una inmensa labor evangelizadora. Fue uno de «los doce apóstoles de México».

Su apellido era Paredes; adoptó el de su villa natal en la Orden franciscana y el apodo de Motolinía, «el pobre», con que es más conocido en Nueva España, al oírse llamar así por los indios. Ingresó en la Orden a los diecisiete años, y, amigo de fray Martín de Valencia, le llevó éste a Méjico como predicador y confesor en el grupo de doce frailes que, para implantar definitivamente el cristianismo en Nueva España, partieron en 1524, siendo recibidos con suma reverencia por Hernán Cortés para impresionar a los indios con ella en contraste con la humildad de su aspecto. Quedó Motolinía, al parecer, de guardián del convento de la capital, y durante la expedición de Cortés a Honduras, junto con fray Martín de Valencia, sufrió las persecuciones del factor [oficial recaudador] Gonzalo de Salazar, por su defensa de los indios.

De 1527 a 1529 estuvo en Guatemala para estudiar la fundación de las misiones, llegando hasta Nicaragua, y desarrolló una amplia acción evangelizadora. Vuelto al convento de Huejotzingo, de nuevo hubo de amparar a los indios contra los atropellos de Nuño de Guzmán, incitando a los caciques a quejarse a fray Juan de Zumárraga, primer obispo de Méjico, atrayéndose una acusación de intentar la independencia de Nueva España, en forma de Estado indígena dirigido por los misioneros bajo la soberanía del rey de España y con exclusión de los colonos españoles. El cargo era falso, pero aconsejó Motolinía el gobierno del país por infantes españoles. Pasó, en 1530, al convento de Tlaxcala y contribuyó activamente a la fundación de la ciudad de Puebla de los Angeles (1531). Desenvolvió luego su acción misionera en Tehuantepec, con el padre Valencia; en Guatemala de nuevo (1534), en Yucatán, con fray Jacobo de Testera, y por tercera vez en Guatemala (1543), para organizar la custodia de este país y de Yucatán.

Surgida la cuestión de las Nuevas Leyes, se colocó Motolinía enfrente de los dominicos y de Las Casas, pues no obstante su amor a los indios, no compartía el optimismo ni los puntos de vista en exceso idealistas de aquél, ateniéndose a las realidades creadas. El ayuntamiento y los colonos de Guatemala le pidieron que volviera y los defendiera contra Las Casas, cuando renunció en 1545, pero se negó, como también rehusó un obispado que le ofreció Carlos V. De 1548 a 1551 fue ministro provincial de su Orden. Se retiró de las labores misioneras, pero aún fundó varios conventos, de los que fue guardián; en 1555 escribió una célebre carta al emperador contra Las Casas en defensa de la Conquista, de los colonos y de la evangelización, y censurando sus inexactitudes y sus desaforados ataques a los españoles. Residió los últimos años de su vida en la capital, donde falleció en 1565, y no en 1569, como se ha supuesto.

Había consagrado toda su vida a los indios, a los que amó hondamente, los comprendió y defendió en el terreno de las realidades y de modo práctico, dejando fama de uno de los más celosos y piadosos misioneros de los primeros tiempos. Buen conocedor del idioma, costumbres y pasado indígena, le encomendó la Orden, en 1536, que escribiera el relato de las antigüedades mejicanas y la historia de la conversión, lo que efectuó Motolinía en los años siguientes; permaneció inédita la obra, conocida con el título convencional de Historia de los indios de la Nueva España, hasta que la publicó fragmentariamente lord Kingsborough, en 1848, y completa García Icazbalceta en la Colección de documentos para la Historia de México, en 1858. La precede una Epístola proemial al conde de Benavente, sobre la historia azteca. En lenguaje castizo y con mucho escrúpulo crítico refiere Motolinía simultáneamente la historia de la conversión y las costumbres y modo de vivir, ritos y cultura de los indios, por lo que su obra es una de las fuentes más importantes para el conocimiento de la etnografía y del estado de la civilización de Méjico en la época de la conquista, haciendo patente el espíritu curioso y observador del autor. Si defiende la Conquista no deja de censurar duramente los abusos de los colonos, y expresa admiración por la naturaleza mejicana. Escribió también varias cartas, además de las citadas; Guerra de los indios o Historia de la Conquista, perdida, pero muy utilizada por Cervantes de Salazar; los Memoriales, eslabón entre la anterior y su Historia (publ. por L. García Pimentel, en 1903), entre los que se incluye una explicación del calendario azteca; algunos tratados espirituales perdidos y una doctrina cristiana en lengua mejicana, asimismo perdida, pero que se supone ser la impresa por Zumárraga en 1539 (cf. la ed. de la Historia por fray Daniel Sánchez García, Barcelona, 1914, y la trad. inglesa y estudio por Francis Borgia Steck, O.F.M., Washington, 1941).

Ramón Esquerra, Toribio Motolinía, en AA. VV., Diccionario de Historia de España. Madrid, Revista de Occidente, 1952, Tomo II, pp. 572-573.

TORIBIO DE BENAVENTE, «MOTOLINÍA» (-1569) por Jorge García Castillo, m.c.c.j.

El 13 de mayo de 1524, después de más de tres meses de navegación, llegaron a las costas de Veracruz doce misioneros franciscanos que marcarían profundamente la evangelización de México: Martín de Valencia y Francisco de Soto, Martín de Jesús, Juan Suárez, Antonio de Ciudad Rodrigo, Toribio de Benavente, García de Cisneros, Luis de Fuensalida, Juan de Ribas, Francisco Jiménez, Andrés de Córdoba y Juan de Palos.

Con razón se los llama «los doce apóstoles de México», que se añadían a fray Pedro de Gante y sus dos compañeros, llegados en 1523.

Fieles a la tradición franciscana y, siguiendo el ejemplo de los primeros discípulos, no llevaban oro ni plata, ni dinero alguno en los bolsillos; ni alforjas, ni dos túnicas. Su objetivo no era ciertamente el de los conquistadores; ellos querían solamente cumplir el mandato de Jesús: «Id por todo el mundo y predicad la Buena Nueva a toda la creación».

A pie y descalzos recorrieron las setenta leguas castellanas que separaban a Veracruz de México-Tenochtitlan, donde Hernán Cortés los recibió con los honores debidos, pues ya tenía en su poder la cédula real despachada por Carlos V el 26 de junio de 1523.

El testimonio de pobreza de «los doce» llamó fuertemente la atención de los indígenas. Se distinguían de los conquistadores por su trato amable; vestían hábitos rotos y fabricados con burdo sayal, dormían en el piso cubiertos por pobres mantillos y comían los mismos alimentos que los naturales: tortillas con chile, capulines, tunas.

«Motolinía»: la pobreza como programa de vida

A la cabeza de «los doce» iba fray Martín de Valencia, una de las columnas de la Iglesia mexicana. No menos ilustre fue otro de «los doce», del cual nos ocupamos ahora: fray Toribio de Benavente, mejor conocido como «Motolinía», por su vida sencilla y austera.

Resulta difícil establecer la fecha de nacimiento de fray Toribio, pero se cree que nació entre 1482 y 1491, porque en sus «Memoriales», en 1531, dice haber pasado ya de los cuarenta años.

Él mismo describe su salida de España: «En el año del Señor de 1524, día de la conversión de san Pablo, que es a 25 de enero, el padre fray Martín de Valencia con once frailes sus compañeros, partieron de España para venir a esta tierra de Anáhuac, enviados por el reverendísimo señor fray Francisco de los Ángeles, entonces ministro general de la Orden de San Francisco. Vinieron con grandes gracias y perdones de nuestro Santo Padre, y con especial mandamiento de la Sacra Majestad del emperador nuestro señor, para la conversión de los indios naturales de esta tierra de Anáhuac, ahora llamada Nueva España» (Historia de los indios de la Nueva España, Trat. I, Cap. 1).

El 13 de mayo de 1524 llegó a San Juan de Ulúa la misión franciscana de «los doce», y a finales del mismo mes o principios de junio se dirigieron a la ciudad de México-Tenochtitlan. En una escala hecha en Tlaxcala, fray Toribio tomó el nombre de «Motolinía», al enterarse de su significado. Ese nombre sería su programa de vida: pobre habría de ser hasta el final de su existencia.

A principios de julio, y a pocos días de haber llegado a México, fray Martín de Valencia, el custodio de la misión, convocó y celebró el primer capítulo de la Custodia del Santo Evangelio de Nueva España. En aquella asamblea fray Martín fue confirmado en su cargo de custodio; también se tomó la decisión de repartir el territorio en cuatro monasterios: México, Texcoco, Tlaxcala y Huejotzingo.

Fray Toribio quedó en México como guardián del monasterio de la ciudad. Probablemente permaneció allí hasta 1527.

En agosto de 1524, fray Martín de Valencia convocó a una Junta eclesiástica para tratar el problema de la administración de los sacramentos. Motolinía pudo asistir a este importante acontecimiento eclesial que algunos historiadores (equivocadamente) llaman el «primer concilio mexicano».

Fraile andariego

Pero Motolinía no había venido para estar siempre en el mismo lugar. Su celo misionero lo puso en movimiento. Después del 19 de octubre de 1529 realizó su primer viaje a Guatemala y de allí a Nicaragua. Sin mencionar su nombre, cuenta su experiencia en la famosa carta dirigida a Carlos V: «Fraile ha habido en esta Nueva España que fue de México hasta Nicaragua, que son cuatrocientas leguas, que no se quedaron en todo el camino dos pueblos que no predicase y dijese misa y enseñase y bautizase a niños y adultos, pocos o muchos».

No hay que olvidar que, por aquel entonces, debido a la escasez de medios y a lo accidentado de la geografía mexicana, cada viaje era una aventura. «Los unos pueblos están en lo profundo de los valles -dice-, y por esto los frailes es menester que suban a las nubes, que por ser tan altos los montes, están siempre llenos de nubes, y otras veces tienen que bajar a los abismos, y como la tierra es en muchas partes llena de lodo y resbaladeros aparejados para caer, no pueden los pobres frailes hacer estos caminos sin padecer en ellos grandísimos trabajos y fatigas» (Historia, Trat. III, Cap. 10).

Nada ni nadie podía detener a aquel apóstol que, junto con los demás frailes, recorrió caminos, valles, cañadas, montañas, para «administrar los sacramentos y predicarles (a los indios) la palabra y Evangelio de Jesucristo, porque viendo la fe y necesidad con que lo demandan, ¿a qué trabajo no se pondrán por Dios y por las ánimas que Él crió a su imagen y semejanza, (y) redimió con su preciosa sangre, por los cuales Él mismo dice haber pasado días de dolor y de mucho trabajo?» (Historia, Trat. III, Cap. 10).

Mientras otros religiosos se perdían en discusiones teológicas, él se dedicaba en cuerpo y alma a un apostolado que consideraba oportuno: «Otro sacerdote y yo -afirma- bautizamos en cinco días por cuenta catorce mil y tantos, poniendo a todos óleo y crisma, que no nos fue pequeño trabajo».

Motolinía consideraba como su única recompensa la felicidad de los nuevos cristianos, quienes, «después de bautizados, es cosa de ver la alegría y regocijo con que llevan a sus hijuelos a cuestas, que parece que no caben en sí de placer».

Sin embargo, fray Toribio no se preocupaba sólo de ver crecer el número de los bautizados. No quería sólo cristianos «remojados», sino hombres y mujeres comprometidos en llevar adelante una vida digna. Por esta razón habla con tanto entusiasmo de la penitencia: «Comenzóse este sacramento en la Nueva España en el año de 1526, en la provincia de Tezcuco..., poco a poco han venido a se confesar bien y verdaderamente..., y esto no lo hacen una vez en el año, sino en las pascuas y fiestas principales y aun muchos hay que se sienten con algunos pecados se confiesan más a menudo, y por esta causa son muchos los que se vienen a confesar; mas como los confesores son pocos, andan los indios de un monasterio en otro buscando quién los confiese, y no tienen en nada irse a confesar quince o veinte leguas; y si en alguna parte hallan confesores, luego hacen senda como hormigas» (Historia, Trat. II, Cap. 5).

También señala que la práctica de la penitencia no era una simple cuestión devocional, pues comprometía a los indios en la fraternidad y la justicia. Los naturales, dice, «restituyen los esclavos que tenían antes que fuesen cristianos, y los casan, y ayudan, y dan con qué vivan; pero tampoco se sirven de estos indios como de sus esclavos con la servidumbre y trabajo que los españoles, porque los tienen casi como libres en sus estancias y heredades, adonde labran cierta parte para sus amos y parte para sí; y tienen sus casas, y mujeres, y hijos, de manera que no tienen tanta servidumbre que por ella se huyan y vayan de sus amos..., ahora como son cristianos apenas se vende indio» (Historia, Trat. II, Cap. 5).

Promoción humana

Hace más de cuatro siglos y medio, fray Toribio de Benavente ya había entendido la estrecha relación que existe entre evangelización y promoción humana, partiendo de una constatación: la inteligencia y la capacidad de los indios. «El que enseña a el hombre la ciencia -dice-, ese mismo probeyó y dio a estos indios naturales grande ingenio y habilidad para aprender todas las ciencias, artes y oficios que les han enseñado, porque con todos han salido en tan breve tiempo, que en viendo los oficios que en Castilla están muchos años en deprender, acá en sólo mirarlos y verlos hacer, han muchos quedado maestros. Tienen el entendimiento vivo, recogido y sosegado, no orgulloso ni derramado como en otras naciones» (Historia, Trat. III, Cap. 12).

Esto lo dice el fraile en un tiempo en que al indio se le juzgaba incapaz y se le trataba como animal de carga.

Esta convicción lo llevó a realizar obras tan importantes como la fundación de la ciudad de Puebla, cuya construcción se inició el 16 de abril de 1531. «Ese día -narra Motolinía- vinieron los que habían de ser los nuevos habitadores, y por mandato de la Audiencia Real fueron aquel día ayuntados muchos indios de las provincias y pueblos comarcanos, que todos vinieron de buena gana para dar ayuda a los cristianos, lo cual fue cosa muy de ver, porque los de un pueblo venían todos juntos por su camino con toda su gente, cargada de los materiales que eran menester, para luego hacer sus casas de paja» (Historia, Trat. III, Cap. 17).

Por esta razón, después de muchos años de esfuerzo en la promoción de los nativos, el misionero pudo decir con gran satisfacción: «Hay indios herreros y tejedores, y canteros, y carpinteros y entalladores... También hacen guantes y calzas de aguja de seda, y bonetillos, y también son bordadores razonables... Hacen también flautas muy buenas» (Historia, Trat. III, Cap. 13).

Controversia con Las Casas

Fray Toribio defendió a los indios contra la voracidad de los conquistadores. Sabía que existían desmanes, pero también estaba seguro de que Dios intervendría a favor de los pobres. «Hase visto por experiencia -dice- en muchos y muchas veces, los españoles que con estos indios han sido crueles, morir malas muertes y arrebatadas, tanto que se trae ya por refrán: "el que con los indios es cruel, Dios lo será con él", y no quiero contar crueldades, aunque sé muchas, de ellas vistas y de ellas oídas» (Historia, Trat. II, Cap. 10).

Con ese mismo espíritu de justicia asumió la defensa de sus paisanos españoles contra las acusaciones de fray Bartolomé de Las Casas, el dominico a quien Motolinía calificó de importuno, bullicioso y pleitista en la famosa carta al emperador Carlos V, fechada el 2 de enero de 1555.

Resulta extraño que un misionero tan preocupado del destino de los indios justifique a un conquistador como Hernán Cortés, considerado por él como un modelo de civilizador y evangelizador de un pueblo donde «Dios nuestro Señor era muy ofendido, y los hombres padescían muy cruelísimas muertes, y el demonio nuestro adversario era muy servido con las mayores idolatrías y homecidios más crueles que jamás fueron».

Extraña también la actitud tan violenta como crítica hacia un hombre (fray Bartolomé de Las Casas) que defendió a los indios contra los abusos de los conquistadores. Las Casas puede haberse equivocado, pero no es verdad que haya sido un andariego, explotador de indios y mal pastor como afirma Motolinía en tono difamatorio: «Quisiera yo ver a Las Casas quince o veinte años perseverar en confesar cada día diez o doce indios enfermos llagados y otros tantos sanos, viejos, que nunca se confesaron, y entender en otras cosas muchas, espirituales, tocantes a los indios».

Parece que la preocupación de Motolinía (y la consecuente crítica a Las Casas) sea más bien de orden político. Le preocupa agradar al emperador y le preocupa aquel perturbador del orden público que «turba y destruye acá la gobernación y la república; y en esto paran sus celos».

Conclusión

Del padre Motolinía se ha dicho que fue un gran misionero, y en realidad lo fue: cuarenta y cinco años gastados por los indios de la Nueva España son muchos y fueron muy fecundos.

De este apóstol se ha dicho que, en relación a «los doce», «fue el que anduvo más tierra», con el único deseo de dar a conocer el Evangelio de Jesucristo tanto con la palabra como con el ejemplo de una vida pobre en extremo.

Por encima de sus errores, hay que reconocer el mérito de un hombre de Dios que participó de forma ejemplar en el nacimiento de una nueva nación, formada por la conjunción de dos razas y dos culturas: la nación mexicana.

Estamos de acuerdo con el juicio emitido por un escritor liberal, don Justo Sierra, quien, hablando de la misión de «los doce», dice que fue «un verdadero apostolado de fe, de humildad, de pobreza, de fervor de hombres en quienes había tornado al mundo el espíritu evangélico del fundador».

Jorge García Castillo, MCCJ, Fray Toribio de Benavente. «Motolinía»: pobre entre los pobres, en R. Ballán, Misioneros de la primera hora. Grandes evangelizadores del Nuevo Mundo. Lima 1991, pp. 83-90.

TORIBIO DE BENAVENTE, «MOTOLINÍA» (-1569) por Lino Gómez Canedo, o.f.m.

Fray Toribio Motolinía es el sexto en la lista de la «Obediencia» de «los doce apóstoles de México», si excluimos a fray José de la Coruña, que no llegó a México, y el último de los que figuran en dicho documento como «predicadores y confesores doctos». Probablemente era el más joven de los seis así calificados. Sahagún lo califica de «muy amigo de la santa pobreza, muy humilde y muy devoto, y competentemente letrado». Había nacido hacia 1490 en la villa condal de Benavente (actual provincia de Zamora, en España). Su padre llevaba el apellido de Paredes, y parece que tuvo alguna clase de relación con los poderosos condes de Benavente; quizá su familia estuvo al servicio de los mismos.

En México fue el primer guardián del convento de San Francisco (1524-1527), de donde pasó a Texcoco con el mismo cargo, y sucesivamente a Huejotzingo, Tlaxcala y otros. Apoyó vigorosamente al custodio fray Martín de Valencia en sus conflictos con los traidores tenientes de Cortés, y después hizo lo mismo con el obispo Zumárraga frente a la primera Audiencia. Era hombre enérgico, que no rehuía la lucha cuando la creía necesaria. Bajo la Segunda Audiencia fue uno de los principales promotores de la fundación de Puebla. En 1532-1533 formó parte del grupo de franciscanos que, con fray Martín de Valencia, pretendieron pasar a las regiones del Pacífico en busca de «muchas gentes que estaban por descubrir» y predicarles el Evangelio «sin que precediese conquista de armas», como él mismo escribe. De 1543 a 1545 misionó en Guatemala y otros países de Centroamérica, y envió también misioneros a Yucatán, siendo recomendado como su primer obispo. Ya con anterioridad había rechazado otro obispado. De regreso en México fue elegido, primero, vicario provincial, y seguidamente provincial, cargo que desempeñó hasta 1551. Una real cédula de 28 de noviembre de 1548 le comisionó para recoger las copias del Confesionario de Las Casas que hallase en México, entre los franciscanos; cosa que realizó. Por el mismo tiempo, y en su calidad de provincial, fue a presidir el capítulo de la custodia de los Santos Apóstoles (Michoacán y Jalisco) en Uruapan, y en aquella ocasión estuvo también en Pátzcuaro, donde conoció la labor de don Vasco de Quiroga. Se ocupó asimismo de la construcción del convento de Puebla y de las iglesias de Huaquechula y Tula. Durante su período de provincial dirigió representaciones a la corona (15 de mayo y 10 de junio de 1550) sobre la moderación de los tributos de los indios y que no pagasen diezmos.

Solo, o en unión de otros frailes, continuó interviniendo en el problema de los diezmos de los indios. Los franciscanos se oponían a que los indios los pagasen, atendida su extrema pobreza y los excesivos tributos que ya cargaban sobre ellos. La lucha se agravó y complicó durante el episcopado de fray Alonso de Montúfar (1553-1572). Hasta finales de 1555, Motolinía estuvo en la primera línea de este combate. El 20 de noviembre de dicho año suscribió en segundo lugar -después del provincial, fray Francisco de Bustamante- una importante carta al Consejo de Indias sobre la materia de los diezmos, el buen tratamiento de los indios y el problema candente de las relaciones de los frailes con los obispos y los clérigos. Es una vigorosa exposición de tales temas que revela la mano de los dos primeros firmantes: Bustamante y Motolinía. Es también el último documento que tenemos de nuestro fray Toribio: un completo silencio lo envuelve hasta su muerte, que se supone tuvo lugar en agosto de 1569; pero la fecha no es segura. A principios del mismo año (2 de enero) había dirigido a Carlos V la famosa carta en que refuta a Las Casas en cuestiones de Indias.

Motolinía es quizá la personalidad más brillante de los Doce. Misionero infatigable, catequizó y predicó en casi toda la Nueva España y gran parte de Centroamérica. Aprendió muy bien el náhuatl y puso gran empeño en conocer las culturas prehispánicas, lo mismo que las condiciones en que vivían los indios de su tiempo. Esto le permitió ayudarlos y defenderlos. Fue además hombre de pluma y nos dejo obras que todavía son fundamentales para el conocimiento de la historia y cultura indígenas, lo mismo que de los comienzos del período español. Tales son la Historia de los indios de la Nueva España y los Memoriales, ambos relacionados con otra obra hoy perdida, aunque no sea posible decir con precisión en qué medida y manera, puesto que dicha obra sólo es conocida a través de las citas que otros autores del siglo XVI hicieron de la misma.

Lino Gómez Canedo, Fray Toribio Motolinía, en Pioneros de la cruz en México. Madrid, BAC Popular 90, 1988, pp. 51-53.


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